La co-infección VIH-Hepatitis C, es una situación
relativamente frecuente (2 a 20% dependiendo del país) y constituye un gran reto
para el médico tratante tanto por la complejidad de su evolución como por las
dificultades en su tratamiento. En este
grupo de pacientes la progresión a enfermedad crónica, cirrosis, falla
hepática y hepatocarcinoma se presenta
de una manera más rápida, independientemente del control que se tenga desde el
punto de vista inmunológico y virológico del VIH.(1)
La prevalencia de la co-infección en nuestro país es desconocida. Un estudio realizado en un centro de referencia de patologías hepáticas en Medellín documentó una prevalencia del 7.39%. El genotipo identificado con mayor frecuencia en el país es el 1, el cual tiene una menor respuesta a los tratamientos con interferón (2).
El tratamiento para
la hepatitis C ha evolucionado en los últimos años con la introducción de los inhibidores de proteasa,
los cuales han aumentado las tasas de éxito terapéutico y reducido el tiempo de
los tratamientos. Desafortunadamente estos tratamientos requieren de la
administración conjunta de interferón y ribavirina, los cuales presentan
efectos adversos importantes como hipotiroidismo, anemia hemolítica,
citopenias, mialgias entre otros. El uso de terapia con inhibidores de proteasa
(boceprevir y telaprevir) en pacientes con infección por VIH no fue aprobado
por la FDA por pocos datos sobre la seguridad y eficacia en esta población (1,2).