miércoles, 10 de abril de 2024

Quince años

Esta es una entrada en la que no vamos a bailar el vals, ni a usar vestido de color pastel, ni a estrenar tacones. Pero sí quiero celebrar quince años. Una buena banda sonora para hablar de quinceañeros quizá sea la de "Un viaje", el concierto de Café Tacvba cuando cumplieron 15 años por primera vez (ahora ya están celebrando 30 años). De igual manera yo estoy cumpliendo quince años pero hace poco cumplí 21... Mejor vamos poco a poco y desde el principio para que se entienda. 



- ¿Y qué quieres hacer cuando grande?
Una pregunta que nos hacen de niños, no en algún momento, en todos los momentos, a lo largo de toda la infancia, de toda la adolescencia, y con variaciones (¿cómo te ves en cinco años?) a lo largo de toda la vida. Una invitación a vivir en el futuro.

- ¿Y qué quieres hacer cuando grande?
+ Quiero ser doctor.

Recuerdo que estaba en clase, con cinco años, cuando me hicieron esta pregunta. Recuerdo una compañera responder lo mismo, no sé si antes que yo. Pero es uno de los pocos recuerdos que tengo de esa edad.

Así que puedo decir que siempre quise ser médico, ahora, difícilmente podría explicar por qué. Porque cuando ya está uno en la universidad esa es la pregunta ¿por qué quieres ser médico? y buscas explicaciones como querer ayudar a la gente y demás, que durante la formación ya no te quedan tan claras, y también descubres que la carrera de medicina no es la que te parecía desde fuera, que tiene, como todo, sinsabores, momentos amargos, pero también, satisfacciones y aprendizajes maravillosos.

Finalmente, terminas materias y unos días después, te gradúas.

Y fue así que en diciembre de 2002, hace 21 años, en el Auditorio León de Greiff recibí mi título de Médico Cirujano de la Universidad Nacional de Colombia.

Un 7 de diciembre a las 11 de la noche, dos años después, estaba mirando la pantalla del computador y dando refrescar con F5 para saber si había pasado a infectología. Llevaba un largo rato en esas cuando finalmente aparecí como admitido al posgrado. Mi primera reacción fue preguntarme "¿qué voy a hacer?" y llamar a D... a contarle. Inició otra aventura.

A diferencia de la decisión de ser médico, tan fija en mi mente desde los 5 años (aunque con momentos de duda al terminar bachillerato), tengo más claro como fue que terminé llegando a ser infectólogo. El cambio recientemente ocurrido en la estructura del semestre de medicina interna que me llevaron a tener que elegir entre especialidades y hablando con un amigo me plantea que vale la pena rotar por infectología por que es algo que uno va a ver todo el tiempo (evidentemente, en este momento de mi vida, así es) y que vale la pena aprender. Tener la dicha y el privilegio de rotar con la Dra. Cuervo, maestra en todo el sentido de la palabra de la Universidad Nacional, en un Hospital Universitario San Juan de Dios en los estertores finales antes del cierre definitivo me dio una perspectiva interesante, así como rotar con ella en la entonces Clínica Carlos Lleras Restrepo del extinto ISS (se nota que ya tengo más años de los que parece, llevo mencionadas ya dos instituciones cerradas). La rotación con los doctores Rojas y sobre todo el Dr. Palau en el Hospital de la Misericordia en infectología no hizo más que reforzar ese vínculo.

A la hora de hacer internado elegí una alternativa "generalista" (después de todo, me iba a graduar de médico general) para mis primeros seis meses, en el Hospital San Rafael de Girardot (no, ese tampoco existe, vamos en tres la cuenta) y después una alternativa de internado en medicina interna en la Clínica Shaio en la que entre el interés y el azar me depararon rotar por infectología con el Dr. Arango. Durante ese mes confirmé que infectología me gustaba y que sería una muy buena alternativa para mí. Así terminé un 7 de diciembre revisando si había pasado o no...

Muchas cosas han cambiado en esta década y media. No solo porque ya han pasado dos pandemias y la explosión de la resistencia antimicrobiana se hizo incontenible, sino que el ejercicio de la profesión lleva a nuevos aprendizajes y nuevas preguntas. Entre ellas, ¿quién es quién necesita mi ayuda, el paciente o el colega que me llama? ¿hasta dónde puedo llegar en mi rol de interconsultante sin meterme en las tareas del tratante? ¿Cómo meterme en el rancho de los tratantes cuando por control de antibióticos veo que es necesario cambiar o suspender cosas cuando el tratante no me ha llamado (tal vez por eso mismo)? ¿Cómo navegar en los cambios de un sistema de salud siempre cambiante y siempre tendiente al caos, y ahora más que nunca, a la autodestrucción?

Hace unos meses Marvel sacó una serie llamada Moonknight, y me llamó la atención porque, de forma figurada, ese es el trasegar de un infectólogo: tener una personalidad clínica, una personalidad que da conceptos sobre criterios de infecciones asociadas a la atención en salud, otra que debe apoyar administrativos pudiendo ponerse en sus zapatos, otra que no ve un paciente individual sino desde un abordaje más de salubrista, otro que le enseña a estudiantes de pregrado y otra que le enseña a los de posgrado... y así, cada uno con una visión y una respuesta a un mismo problema, respuestas que pueden ser distintas y que coexisten en simultánea. Además, y como lo comentaba en la entrada anterior, sobrellevando la carga de salud mental que el trabajo implica y encontrando nuevas herramientas, 

A mis profesores y compañeros, amigos míos, gracias. Pero sobre todo, gracias a mis estudiantes y mis pacientes. Las personas que más preguntas y enseñanzas han traído a mi ejercicio médico son ellos. Sin ellos crecer en todos los ámbitos es más complicado, y me llevan a cuestionar muchas cosas que doy por sentado. 

Y a mi familia, gracias por todo. Vamos por 15 años más de ejercicio como especialista, como los de Café Tacvba.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario