Pandemónium: Lugar en el que hay gran confusión, ruido y griterío...
El 30 de diciembre de 2019, y parecen años desde este día, un médico avisaba en un grupo de Wechat que se habían identificado 7 casos de SARS siendo citado por la policía por incitar al pánico.Un día después China avisó a la OMS que estaba
enfrentando un brote de una enfermedad causada por un nuevo coronavirus. Un día
después empezábamos este 2020 sin saber que después de los incendios
australianos que devoraron la atención mundial durante enero, una epidemia de
muy rápido crecimiento nos aterraría con su rápida propagación y un número muy importante
de personas muertas. Para China, su año nuevo empezó con una operación de
cuarentena sin precedentes, teniendo en cuenta que el año nuevo lunar es el
escenario para la migración humana más grande de cada año. Después Irán de
manera inesperada y luego Italia presentaron los brotes más virulentos,
seguidos por ahora de España. El virus, antes de terminar febrero tocó las
puertas de Latinoamérica, en Brasil. El 2 de marzo se le hizo la prueba a una mujer
que llegó procedente de Italia y el 6 de marzo empezó nuestro pandemónium, 66
días después del inicio de año.
Tal vez hay que empezar a aquietar el
pandemónium, tal vez, hay que atenuar el alboroto, el ruido, el griterío.
Hay mucha, mucha, mucha información en el
ambiente, y eso hace que la confusión reine, sobre todo, porque mucha e esa
información es cierta, así mucha de información aún sea incompleta. Así que es
necesario dejar ciertas cosas claras para desde las certidumbres poder tomar
decisiones o entender las decisiones que se toman en relación con el manejo y
control de la pandemia.
La primera certidumbre es que todos los seres
humanos somos susceptibles a la infección. Y eso implica que todos podremos (no
tendremos, es cierto) quedar infectados. La segunda certidumbre es que el 80%
de las personas desarrollará enfermedad leve, un 15% enfermedad moderada y un
5% enfermedad grave, y que hay personas en mayor riesgo de acuerdo con su edad
y sus factores de riesgo, es decir, si presentan enfermedades como diabetes,
enfermedad coronaria o cáncer. Tercera, que la infección se transmite con
relativa facilidad y de manera muy efectiva, que lo hace predominantemente por
gotas (es decir, las partículas están contenidas dentro de gotas de secreciones
respiratorias que son lanzadas al ambiente al toser o al estornudar) que pueden
ser aspiradas por otras personas o que, al depositarse en las superficies, una
persona puede llevarlas inadvertidamente con sus manos a sus ojos, nariz o boca,
facilitando la infección. Cuarta, que personas con sintomatología muy leve, o
tal vez asintomáticas, pueden transmitir la infección. Quinto, que en la era de
los trenes rápidos y los aviones, las epidemias viajan a esta misma velocidad.
De esas certidumbres casi que universales podemos
pasar a unas probabilidades más o menos establecidas para ciertos eventos. Es
más, algunos de los factores que afectan esos eventos pueden ser modificados
por acciones tomadas por los gobiernos, por comunidades, pero también por cada
individuo.
¿Cómo podemos parar la epidemia? La respuesta es
simple pero no es fácil: dejando de ser susceptibles, alcanzando la inmunidad o
al menos un nivel de inmunidad que haga muy difícil que los que siguen siendo
susceptibles se infecten (eso lo llamamos inmunidad de rebaño). Esto solo se
logra mediante infección previa o vacunación. Tenemos dos problemas aquí: No
tendemos vacuna y no tendremos durante un largo tiempo y no sabemos que
proporción de la población debe estar inmune. Así que a primera vista pareciera
que no tenemos nada qué hacer.
Teniendo en cuenta que no podemos parar la
epidemia, tendremos que manejarla. ¿Para qué? Hay dos datos de una epidemia que
no son fijos, y que dependen tanto del virus como de nosotros, las personas: la
transmisibilidad que se mide con el ya famoso R0, y la letalidad. Hay dos
maneras en qué podremos entender qué tan rápido una epidemia puede afectar una
población: cuantas personas se infectan a partir de un infectado o qué tan
rápido se duplican la cantidad de casos. Como conocemos el modo de transmisión
sabemos que tenemos una serie de medidas que podremos usar para dificultar la
transmisión y de ese modo “aplanar la curva”: lograr que los casos se retrasen
con respecto a lo esperado y de esa manera, a su vez, buscar que los casos más
graves y con mayor riesgo de muerte ocurran menos rápido.
¿Qué estrategias conocemos para disminuir la
transmisión de enfermedades por gotas? La primera, aislar a todas las personas
enfermas. Como no sabemos quienes están, o estarán enfermos, inicialmente todas
las personas con sintomatología respiratoria o que hayan estado en contacto con
personas con la enfermedad confirmada, o que provengan de lugares donde es muy
probable adquirir la infección deberán aislarse para no contagiar a más
personas. Esto implica que estas personas se queden en sus casas, que mantengan
una distancia con las otras personas de mínimo un metro y ojalá dos, que usen
tapabocas si es indispensable que salgan o se acerquen a otros, y que solo
vayan a los servicios de urgencias si es necesario. Esas medidas las debemos
aplicar en TODOS los picos respiratorios.
La segunda, lavar las manos. La mayoría de los
virus respiratorios, y el coronavirus causante de la enfermedad por coronavirus
o covid-19 también, están recubiertos por una capa grasa que se disuelve fácilmente
con los jabones. Sin esta capa grasa el virus no puede invadir las células, no
puede infectar ni causar enfermedad. Así que si entramos en contacto con
secreciones, directamente de un infectado o indirectamente a través de una superficie
contaminada, y nos lavamos las manos, el virus se inactiva y estaremos seguros.
El alcohol glicerinado también destruye los virus pero no funciona
adecuadamente si las manos están sucias.
Tercero, si mis manos están contaminadas pero no
puedo limpiarlas, es fundamental que las aleje de mi cara, especialmente de mis
ojos, mi nariz y mi boca. De esa manera, el virus no podrá entrar a las células
que sí puede invadir y me protegeré de la infección.
Cuarto. Si sé que las gotas solo viajan un metro,
o en el mejor de los casos viajan dos, mantener esta distancia hará más
probable que no entre en contacto con partículas infectantes que provengan de
otras personas y evito el contacto como los besos o el estrechar o chocar las
manos. Esto lo llamamos “distanciamiento social” y es una de las razones por
las que en ciertos momentos de la epidemia se cerrarán espacios donde se
aglomeren las personas, algo que ya está pasando con el cierre de colegios, la
invitación a hacer teletrabajo si es posible, y los cambios en los turnos de
las empresas. Entre más logremos distanciarnos y aquietarnos es probable que
logremos dar tiempo a que se alcance inmunidad de rebaño y de esa manera contener
la epidemia. Este simulador del Washington Post lo muestra de una manera mucho
más clara.
Ahora la letalidad. La mejor manera de controlar
la letalidad es con un tratamiento antiviral efectivo, pero carecemos de este y
no tendremos uno en un buen tiempo, así en estos momentos el remdesivir luzca
prometedor. Así que, tenemos que lograr estas dos cosas lo mejor que podamos:
mantener a salvo de la infección a las personas con mayor riesgo de mortalidad
o lograr que el número de personas graves esté siempre dentro de la capacidad
del sistema de salud para tratarlas en el mejor escenario posible, recibiendo
el soporte necesario, y si el sistema es desbordado muchas personas morirán por
no poder ser ayudadas a controlar la infección. De los datos de Wuhan y en
Italia aprendimos, o mejor, recordamos, que si tenemos más casos graves o que
requieran hospitalización de los que podemos manejar, estos morirán, y eso
explica porqué la mortalidad es tan diferente dependiendo del momento o del
lugar. Así que las medidas que aplanan la curva también ayudan a controlar la
mortalidad.
Ahora viene lo difícil. Las cuarentenas y las
medidas de distanciamiento social no son fáciles de sostener en el tiempo y no
sabemos cuánto tiempo se deben mantener para lograr que el virus no ponga en
jaque la capacidad del sistema de salud de absorber los casos. China enfrenta
una decisión igual de difícil que cuando cerró las ciudades: volver a abrirlas,
porque al hacerlo volverá a tener un incremento, incluso exponencial de los
casos, y la genta cansada puede no colaborar tanto como la primera vez. Por esa
razón será clave partir de la convicción de que tarde o temprano nos
infectaremos, que no necesariamente será el acabose, y que si lo hacemos bien
habremos ganado tiempo suficiente para tener un tratamiento efectivo y ojalá
una vacuna. También, tener en cuenta que el virus podrá adaptarse de manera tal
que vuelva con cada pico respiratorio y que tendremos que proteger a los más
vulnerables qué es como siempre deberíamos hacer. Cuando empezó la epidemia cometimos
el error de decir que sería como una gripa estacional, cuando resultó mucho más
letal, pero fallamos al reconocer el peligro que encierran influenza, y varios
de los virus respiratorios de temporada como el sincitial. Por eso, una medida
adicional es vacunarnos contra influenza para quitarle presión al sistema de
salud porque tenemos un pico respiratorio que avanza, una epidemia de dengue
que es una infección que es grave y también mata, y el resto de la vida
(accidentes, infartos, etcétera) seguirá ocurriendo y requerirá atención médica
hospitalaria y también en UCI, y que se vienen días duros para todos.
Un abrazo virtual de despedida, pero para disminuir el contacto, mejor decir adiós como lo hacen los vulcanos: larga vida y prosperidad. Las necesitamos.
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